sábado, 15 de septiembre de 2012

¿Por qué fingimos?

Entre la satisfacción actuada y el imperativo que obliga a satisfacer al otro.

En el mundo de las relaciones sexuales, hay un verbo que se impone: “satisfacer”.
Para ellos tiene implicancias de calado más hondo, ya que los obliga a “sostener” la escena sexual hasta que su partenaire da las señales de estar cabalmente satisfecha. Es decir: son puestos a prueba y su virilidad parece en constante examen. Por su parte, ellas tienen la ventaja de poder resultar siempre “perfectas” en eso de exhibirse plenas, en base a esas inconfundibles manifestaciones que no dejan dudas de “estar plenas”.

Esto, que la mayoría de los hombres vive como “certificado de una buena performance”, muchas veces no es lo que parece. ¿Por qué? Porque más del 50 por ciento de las mujeres alguna vez fingió un placer que no siempre puede sentir y que, en otros casos, no han conocido nunca. Lo más llamativo es que muchas, una vez que ensayan -¿el arte?- de fingir no lo abandonan.

El show debe continuar

“Finjo mi orgasmo porque sé que nunca lo voy a conseguir, y así, por lo menos, puedo hacer que mi pareja disfrute igual. La primera vez lo hice porque él lo esperaba y yo sabía que no me iba a pasar. La segunda, porque ya lo había hecho antes”, justifica Mariel, de 32 años.

Edith Martin, médica sexóloga, describe estos comportamientos como “la reproducción de un círculo vicioso. La mujer empieza a fingir para aparentar que ella (y él) son buenos amantes, y continúa haciéndolo para evitar que él se desilusione. Y se siente atrapada”. Hay, por debajo de esta puesta en escena, un gran desconocimiento del propio cuerpo y de la sensación orgásmica real. O dicho de otro modo: exceso de ansiedad, tensión, inseguridad.”

¿Por qué (no) me pasa?

“Una experiencia espiritual”, “el rugido del océano”, “la petit mort”. Tantos rótulos magnifican la experiencia del orgasmo que se hace difícil visualizarlo como lo que es: “un reflejo que depende del sistema nervioso e implica una sensación de placer junto con la contracción rítmica de los músculos pubococcígeos”, explica Martin. Para producir la respuesta orgásmica, se necesitan caricias adecuadas en el sitio preciso: el clítoris. Aunque abundan los mitos sobre el “orgasmo vaginal” o “combinado”, en realidad, sin clítoris no hay orgasmo.
Y lo cierto es que este órgano, por su ubicación y tamaño, necesita estímulos específicos. “La penetración es un elemento secundario para obtener placer sexual. Es inusual que las mujeres alcancen el clímax sólo a través de la fricción causada por la penetración”, dice Jonathan Margolis, autor de O-Historia íntima del orgasmo.

El placer de mentir

Hablando de fingir, es imposible no evocar la escena de “Cuando Harry conoció a Sally”, en la que Meg Ryan le demuestra a su amigo Harry cómo las mujeres actúan un orgasmo “épico”, en medio de un concurrido restaurante.

Al margen de la capacidad de cada hombre, de distinguir entre un clímax verdadero de uno falso, “no todas las mujeres anorgásmicas fingen. En el caso de las que lo hacen, enfrentan dos problemas: por un lado, la disfunción orgásmica; por el otro, la necesidad de fingir. Ahora, fingir ¿reporta algún beneficio?”. Para Martin, sí. Y según la tipología femenina, serían estos:

1) Las complacientes, que buscan lograr la satisfacción de su amante. No se hacen cargo de su propio deseo y toman la actividad sexual como una obligación. Están inmersas en “la idea cultural falsa que hace responsable al hombre de llevar a la mujer al orgasmo”, describe el psiquiatra y sexólogo Andrés Flichman, y fingen para que su compañero se quede tranquilo creyendo que cumplió con la obligación de darle placer a su mujer. “Estas mujeres experimentan poco o ningún placer: para ellas es un ‘deber’, y cuanto antes termine, mejor. Es decir, que el beneficio de fingir el orgasmo es acortar el tiempo de la obligación marital”, dice la sexóloga.

2) El grupo de las frustradas. O las “jubiladas del sexo”. Ellas fingen porque creen que nunca tendrán un orgasmo, como en el caso de Mariel. Según Martin, “disfrutan, sienten placer, pero son incapaces de relajarse. Luego, cansadas de que su pareja intente estimularlas de distintas formas, lo ‘actúan’ para que el varón se sienta bien y no generarle fantasmas sobre su virilidad que lo llevan a abandonarla”.

En la actualidad, no alcanzar el orgasmo es visto como un fracaso. Y el gran error es ‘patologizar’ la anorgasmia femenina. ”El orgasmo está muy sobrevalorado en la sociedad, hay una constante presión para llamar anorgásmica a la mujer que no puede alcanzarlo fácilmente, cuando en la realidad el orgasmo femenino no es algo simple de obtener para una gran mayoría”, completa Flichman.

Los perjuicios de la mentira

“A los varones les molesta mucho más la mentira que la falta de orgasmo en sí”, dice Elda Bartolucci, psicóloga y sexóloga. ¿Por qué? Porque la segunda es mucho más fácil de solucionar, con buena comunicación, cambiando de tácticas, hablando de lo que les gusta, probando una y otra vez. En cambio la primera puede ser indicadora de falta de sinceridad y, en consecuencia, de otras mentiras en la pareja.

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